La ciudad de Santiago está protegida por una santa. La Virgen María vigila a los chilenos desde la cúspide del cerro San Cristóbal. Sus manos abiertas, siempre abiertas, esperan recibir este 8 de diciembre a miles de personas caminando a pies descalzos para pagar sus mandas y madres que llevan a sus recién nacidos para encontrase con la estatua blanca Entre esa gran multitud de cuerpos católicos, cuerpos que sienten culpa, una nueva santa lleva también sus manos abiertas, está también con su rostro rígido mirando hacia el cielo, esperando llegar donde la virgen. Es la estatua de más de 1 metro que lleva a una santa rubia y pagana, Karol Romanoff, la primera santa transexual de Chile.
Las madres llevan en bolsas de plástico el almuerzo, una de ellas lleva sushi. Sobre el puente del río Mapocho venden gorros. Son casi las 10 de la mañana y los rostros de los apósteles de Karol Romanoff están cubiertos por bloqueador solar, una madre nos pide bloqueador para su hija, para que no la penetre el sol. Alguien sin fe dice que el bloqueador se debe poner 30 minutos antes de salir a la calle, que ponerse ahora ya no sirve de nada.
En la entrada del Cerro San Cristóbal, al costado del zoológico, una multitud de familias chilenas comienzan su recorrido para alcanzar a llegar a la misa de las 12 del día donde estará el cardenal Errázuriz. Es el día libre donde se celebra a María y las familias pobres y otras que no tanto, van a pedir perdón y “aprovechar de pasear, ya que nunca lo hacen si no es para ver a la virgen”, dice uno de los apósteles.
Podríamos imaginar el cerro con gente pegándose en el pecho, caminando de rodillas, sangrando como Jesús, con vírgenes hechas a mano, pero no, esto no es México ni tampoco la caminata de lo Vasquéz. Esta es una perigrinación ordenada donde la mayoría lleva una sombrilla para cuidarse del sol, donde los carabineros parecen el ejército de Dios, donde nadie canta, excepto un grupo de jóvenes, los llamados Apósteles de Karol Romanoff.
El ejército de Romanoff
El sonido de las ruedas despierta las miradas de los peregrinos de María, un altar color burdeo y decorado con flores rosadas de estética senil traslada la estatua de Karol Romanoff. Es una estatua hecha de yeso y que no sabemos si va a resistir llegar hasta la cima del cerro. Los apósteles están recién entrando a la peregrinación, se intentan mimetizar, cruzan la barrera de los carabineros y nadie los detiene, pasan sin problemas. Obviamente los peregrinos de la virgen miran con sorpresa este altar y su versión errónea de María, las abuelas miran con alegría a esta santa Romanoff porque sus ojos no les permiten ver que se trata de una santa transexual. Las ancianas son las más felices con esta figura porque no ven ese cuerpo obsceno de Romanoff, sino el de una santa.
Los jóvenes de Romanoff no saben si serán expulsados por venerar a esa santa mórbida, los primeros metros son eufóricos porque quizás alguien reconoce a ese monstruo equívoco y excesivo por su transexualidad. Pero nadie insulta, nadie rechaza, nadie reconoce que estamos ante Karol Romanoff, ése vidente de Peñablanca que en los años ochenta se llamaba Miguel Ángel y que desde 1984 decía hablar con la virgen María. “Están pegados al materialismo”, les decía Miguel Ángel a sus fieles cuando entraba en trance y lo decía con voz profunda como para imitar un sonido del más allá.
Quizás muchas de estas señoras fueron de esas miles que creyeron en los milagros de Romanoff, quizás alguna de estas mujeres viajó hasta Villa Alemana entre 1984 y 1989 para conocer a este cuerpo santo, para sanar el cáncer de su nieta, quizás también aprendieron a olvidarlo cuando la iglesia católica en 1989 comunicó a sus fieles que ya no veneraran más a la virgen de Peñablanca, que no se hicieran más ese culto y menos que se mencionara a ese joven de tez morena que a veces sangró como Cristo y que otras veces hizo aparecer una hostia en su boca.
Los apósteles de Romanoff acompañaban con música a su santa, con letras que decían “Quiero ser santa Miguel Ángel, quiero ser santa Romanoff ” o “luego te convertiste en mujer cuando armas había, muchos te abandonaron pero yo creo en ti, te alabamos Karol Romanoff, creemos en tu palabra (…)”, mientras tanto el sol de la mañana llegaba muy fuerte, las botellas de agua mineral costaban setescientos pesos y los hombres que regresaban desde la cima comenzaban a bajar sin poleras, y mientras pocas personas se acercaban para preguntar quién era ella ¿Es la virgen?, preguntaban. No, no es la virgen, es una santa, Karol Romanoff, es el vidente de Peñablanca más conocido como Miguel Ángel, ese que sangraba, que hablaba con la virgen, nosotros lo veneramos, le hacemos culto ¿se acuerda de él? ¡Ah, el colita!, exclamó una señora contenta.
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